miércoles, 10 de agosto de 2016

Ciudad Real te espera


en cada amanecida o al caer la tarde, cuando desde lo alto de tu torre vigia, se vislumbra el dorado de los campos, con la recogida de frutos, que depositaron a tus pies en la pandorga que se nos fue.
y un año más, cercana, arropándonos con tu manto en tantos acontecimientos cotidianos, en las alegrías, en las perdidas, en las ilusiones, en los desvelos...
y tú, siempre Tú, con el timón en la nave, apaciguando las olas y los envites de la lucha diaria, y tú, siempre Tú, como esa Luz, que se vislumbra cada vez más cerca y no quieres que se apague.
Resplandor de un cielo nuevo, de un año, por estrenar, que comienza con tu bajada, para hablarte al oído, para acariciar tu manto, para ver la sonrisa de tu niño, para cobijarnos en tu mirada, para transportarnos a ese cielo celeste, del que tantas veces soñamos.
Esta noche, como cada agosto, contemplaremos tu rostro y la nostalgia de antaño, de esas que con la mano de la abuela, encendían la llama de la fe, que aún sigue viva y tratamos de inculcar a nuestros hijos, para que nunca se apague la Luz, esa que desprendes, cuando media el mes de agosto y nos postramos a tus pies, estrenando un nuevo año, cuando repiquen las campañas de una catedral vieja, que brilla en la oscuridad de un Prado que enmudece ante tu presencia.