Jesucristo no es la pregunta. Es la respuesta.
El hombre que murió en la cruz por amor no es un problema. Porque es la solución. Se empeñan en retratar al nazareno como diana, y es la flecha que conduce a la luz. No es la salida porque Jesucristo es la meta. Vivimos el tiempo de la negación de lo divino, de la agresión a la esperanza. Han logrado entristecer muchos corazones, aplicar capas de la pintura del desamor a miles de almas. Nos intentan robar la ilusión por ese cielo que continúa a la espera de nuestras sonrisas. Es un hurto orquestado que tiene como fin el cierre de la puerta de la esperanza. Pero ¿se puede robar el regalo de la fe? ¿De dónde tanto programa televisivo dedicado a meter más ramas secas en el fuego del odio a la Iglesia? ¿Por qué tanto esfuerzo por intentar desdibujar la obra que muchos hombres quieren construir para cumplir el mandato del amor a los semejantes?
Las agresiones que sufre la Iglesia católica -en forma de violencia real, incluso- están cimentadas en una suerte de corriente, ahora de moda, que ha puesto su objetivo en las columnas que soportan unos valores religiosos y morales que molestan, que no cuadran, que no ofrecen más beneficio que la sonrisa sincera de las cosas trascendentes. Huyen, repudian una realidad aplastante: el amor es el argumento de mayor relevancia de la historia del ser humano. De la que fue, de la que es y de la que será. Toda la obra de Dios, toda, está construida por amor. Es más, Dios es el Amor.
Mateo alertó a los seguidores de Cristo. Serían perseguidos por imitar al Maestro, probados por pisar las huellas de un hombre cuyo afán era aceptar el dolor y la muerte.
Es la hora de la otra mejilla y de exigir respuestas. Es el tiempo de hacerle caso al Evangelio y de reclamar más respeto. Ha llegado el momento de gritar, de confesar la fe, de presumir, de salir a la calle con la bandera del amor a Dios. Estamos obligados a contar que creemos, que necesitamos ese cielo y que nada puede con la voluntad de nuestros corazones.
Ofrezcamos testimonio público alejando los miedos. Tenemos la suerte de disfrutar de la fe. Aprovechemos ese regalo y hagamos más ruido. No hay argumento más sonoro en el mundo que los latidos de las personas dispuestas a entregar sus días amando a los demás. La fe tiene toda la fuerza del universo y puede ser imparable. No escondamos las conciencias, no tapemos nuestras bocas.
Hay que sentir el orgullo y la alegría, la felicidad y la esperanza, sonreír y abrir las ventanas de la buena nueva. Dios sigue en el mismo sitio. No dejemos que nos echen del camino. Para Él, su tránsito, también estaba lleno de clavos.
fuente: EL CORREO DE ANDALUCIA
VICTOR GARCÍA RAYO
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